Ciencias Sociales. El Presupuesto Nacional. Tema 5 10-11-2020
¡Excelente día para todos!
A continuación un video sobre el Presupuesto Nacional
¿Qué Es El Presupuesto Nacional De Venezuela?
Es
un plan en el que el gobierno estima tanto sus ingresos como los gastos que
realizara, para garantizar el bienestar
de la población y la eficiente
administración y distribución de las riquezas.
¿A
Qué Se Denominan Los Ingresos Económicos
De Venezuela?
La mayor de la parte de los ingresos
económicos públicos que percibe nuestra nación, y que forma el presupuesto
nacional, provienen de dos fuentes.
Una
de ellas es la renta petrolera que se refiere al capital que ingresa al país por la venta de
petróleo crudo y sus derivados. Estos ingresos están sujetos a la valoración de
los precios que tenga el petróleo en el mercado mundial.
La
otra fuente de ingresos está representada por los impuestos. El Servicio
Nacional Integrado De Administración Aduanera Y Tributaria (SENIAT) el cual es el ente encargado de recaudar y
administrar estos ingresos.
LOS
PRINCIPALES IMPUESTOS QUE SE CANCELAN EN NUESTRO PAIS SON:
ü El
Impuesto Sobre La Renta, que deben ser cancelado por las personas jurídicas
(empresas, comercios, industrias) y por las personas naturales, de acuerdo con
las ganancias que hayan obtenido durante el año fiscal, que comienza el 1° de
enero y finaliza el 31 de diciembre.
ü El
Impuesto al Valor Agregado (IVA), es un gasto adicional que debe pagarse sobre
el precio de los productos que se compran, y que representa el 16% del precio.
El IVA en Venezuela tiene
varias alícuotas, una general que hoy es de 16%, otra reducida de 8%, la
adicional del 15% que aplica a bienes y servicios suntuarios, la cual debe adicionarse
a la general para que su total sea de 31%; y finalmente una alícuota de 0%
aplicable a las exportaciones.
ü Los
impuestos sobre las mercancías en las adunas de todo el país.
1. Elabora un tríptico en hojas blancas sobre el Presupuesto Nacional con sus ilustraciones.
2. Ejercicio
de atención.
3. Comprensión
Lectora: Los Hermanos Grimm
Los
dos hermanitos, a quienes el hambre mantenía siempre desvelados, oyeron lo que
su madrastra aconsejaba a su padre. Gretel, entre amargas lágrimas, dijo a
Hänsel: - ¡Ahora sí que estamos perdidos! - No llores, Gretel -la consoló el
niño-, y no te aflijas, que yo me las arreglaré para salir del paso. Y cuando
los viejos estuvieron dormidos, levantóse, púsose la chaquetita y salió a la
calle por la puerta trasera. Brillaba una luna esplendorosa y los blancos
guijarros que estaban en el suelo delante de la casa, relucían como plata pura.
Hänsel los fue recogiendo hasta que no le cupieron más en los bolsillos. De
vuelta a su cuarto, dijo a Gretel: - Nada temas, hermanita, y duerme tranquila:
Dios no nos abandonará -y se acostó de nuevo.
A
las primeras luces del día, antes aún de que saliera el sol, la mujer fue a
llamar a los niños: - ¡Vamos, holgazanes, levantaos! Hemos de ir al bosque por
leña-. Y dando a cada uno un pedacito de pan, les advirtió-: Ahí tenéis esto
para mediodía, pero no os lo comáis antes, pues no os daré más. Gretel se puso
el pan debajo del delantal, porque Hänsel llevaba los bolsillos llenos de
piedras, y emprendieron los cuatro el camino del bosque. Al cabo de un ratito
de andar, Hänsel se detenía de cuando en cuando, para volverse a mirar hacia la
casa. Dijo el padre: - Hänsel, no te quedes rezagado mirando atrás, ¡atención y
piernas vivas! - Es que miro el gatito blanco, que desde el tejado me está
diciendo adiós -respondió el niño. Y replicó la mujer: - Tonto, no es el gato,
sino el sol de la mañana, que se refleja en la chimenea. Pero lo que estaba
haciendo Hänsel no era mirar el gato, sino ir echando blancas piedrecitas, que
sacaba del bolsillo, a lo largo del camino.
Cuando
estuvieron en medio del bosque, dijo el padre: - Recoged ahora leña, pequeños,
os encenderé un fuego para que no tengáis frío. Hänsel y Gretel reunieron un
buen montón de leña menuda. Prepararon una hoguera, y cuando ya ardió con viva
llama, dijo la mujer: - Poneos ahora al lado del fuego, chiquillos, y descansad,
mientras nosotros nos vamos por el bosque a cortar leña. Cuando hayamos
terminado, vendremos a recogeros.
Los
dos hermanitos se sentaron junto al fuego, y al mediodía, cada uno se comió su
pedacito de pan. Y como oían el ruido de los hachazos, creían que su padre
estaba cerca. Pero, en realidad, no era el hacha, sino una rama que él había
atado a un árbol seco, y que el viento hacía chocar contra el tronco. Al cabo
de mucho rato de estar allí sentados, el cansancio les cerró los ojos, y se
quedaron profundamente dormidos. Despertaron, cuando ya era noche cerrada.
Gretel se echó a llorar, diciendo: - ¿Cómo saldremos del bosque? Pero Hänsel la
consoló: - Espera un poquitín a que brille la luna, que ya encontraremos el
camino. Y cuando la luna estuvo alta en el cielo, el niño, cogiendo de la mano
a su hermanita, guiose por las guijas, que, brillando como plata batida, le
indicaron la ruta. Anduvieron toda la noche, y llegaron a la casa al despuntar
el alba. Llamaron a la puerta y les abrió la madrastra, que, al verlos,
exclamó: - ¡Diablo de niños! ¿Qué es eso de quedarse tantas horas en el bosque?
¡Creíamos que no queríais volver! El padre, en cambio, se alegró de que
hubieran vuelto, pues le remordía la conciencia por haberlos abandonado.
Algún
tiempo después hubo otra época de miseria en el país, y los niños oyeron una
noche cómo la madrastra, estando en la cama, decía a su marido: - Otra vez se
ha terminado todo; sólo nos queda media hogaza de pan, y sanseacabó. Tenemos
que deshacernos de los niños. Los llevaremos más adentro del bosque para que no
puedan encontrar el camino; de otro modo, no hay salvación para nosotros. Al
padre le dolía mucho abandonar a los niños, y pensaba: "Mejor harías
partiendo con tus hijos el último bocado." Pero la mujer no quiso escuchar
sus razones, y lo llenó de reproches e improperios. Quien cede la primera vez,
también ha de ceder la segunda; y, así, el hombre no tuvo valor para negarse.
Pero
los niños estaban aún despiertos y oyeron la conversación. Cuando los viejos se
hubieron dormido, levantóse Hänsel con intención de salir a proveerse de
guijarros, como la vez anterior; pero no pudo hacerlo, pues la mujer había
cerrado la puerta. Dijo, no obstante, a su hermanita, para consolarla: - No
llores, Gretel, y duerme tranquila, que Dios Nuestro Señor nos ayudará.
A la
madrugada siguiente se presentó la mujer a sacarlos de la cama y les dio su
pedacito de pan, más pequeño aún que la vez anterior. Camino del bosque, Hänsel
iba desmigajando el pan en el bolsillo y, deteniéndose de trecho en trecho,
dejaba caer miguitas en el suelo. - Hänsel, ¿por qué te paras a mirar atrás?
-preguntóle el padre-. ¡Vamos, no te entretengas! - Estoy mirando mi palomita,
que desde el tejado me dice adiós. - ¡Bobo! -intervino la mujer-, no es tu
palomita, sino el sol de la mañana, que brilla en la chimenea. Pero Hänsel fue
sembrando de migas todo el camino.
La
madrastra condujo a los niños aún más adentro del bosque, a un lugar en el que
nunca había estado. Encendieron una gran hoguera, y la mujer les dijo: -
Quedaos aquí, pequeños, y si os cansáis, echad una siestecita. Nosotros vamos
por leña; al atardecer, cuando hayamos terminado, volveremos a recogemos. A
mediodía, Gretel partió su pan con Hänsel, ya que él había esparcido el suyo
por el camino. Luego se quedaron dormidos, sin que nadie se presentara a buscar
a los pobrecillos; se despertaron cuando era ya de noche oscura. Hänsel consoló
a Gretel diciéndole: - Espera un poco, hermanita, a que salga la luna; entonces
veremos las migas de pan que yo he esparcido, y que nos mostrarán el camino de
vuelta. Cuando salió la luna, se dispusieron a regresar; pero no encontraron ni
una sola miga; se las habían comido los mil pajarillos que volaban por el
bosque. Dijo Hänsel a Gretel: - Ya daremos con el camino -pero no lo
encontraron. Anduvieron toda la noche y todo el día siguiente, desde la
madrugada hasta el atardecer, sin lograr salir del bosque; sufrían además de
hambre, pues no habían comido más que unos pocos frutos silvestres, recogidos
del suelo. Y como se sentían tan cansados que las piernas se negaban ya a
sostenerlos, echáronse al pie de un árbol y se quedaron dormidos.
Y
amaneció el día tercero desde que salieron de casa. Reanudaron la marcha, pero
cada vez se extraviaban más en el bosque. Si alguien no acudía pronto en su
ayuda, estaban condenados a morir de hambre. Pero he aquí que hacia mediodía
vieron un hermoso pajarillo, blanco como la nieve, posado en la rama de un
árbol; y cantaba tan dulcemente, que se detuvieron a escucharlo. Cuando hubo terminado,
abrió sus alas y emprendió el vuelo, y ellos lo siguieron, hasta llegar a una
casita, en cuyo tejado se posó; y al acercarse vieron que la casita estaba
hecha de pan y cubierta de bizcocho, y las ventanas eran de puro azúcar. -
¡Mira qué bien! -exclamó Hänsel-, aquí podremos sacar el vientre de mal año. Yo
comeré un pedacito del tejado; tú, Gretel, puedes probar la ventana, verás cuán
dulce es. Se encaramó el niño al tejado y rompió un trocito para probar a qué
sabía, mientras su hermanita mordisqueaba en los cristales. Entonces oyeron una
voz suave que procedía del interior:
"¿Será
acaso la ratita la que roe mi casita?"
Pero
los niños respondieron:
"Es
el viento, es el viento que sopla violento."
Y
siguieron comiendo sin desconcertarse. Hänsel, que encontraba el tejado
sabrosísimo, desgajó un buen pedazo, y Gretel sacó todo un cristal redondo y se
sentó en el suelo, comiendo a dos carrillos. Abrióse entonces la puerta
bruscamente, y salió una mujer viejísima, que se apoyaba en una muleta. Los
niños se asustaron de tal modo, que soltaron lo que tenían en las manos; pero
la vieja, meneando la cabeza, les dijo: - Hola, pequeñines, ¿quién os ha
traído? Entrad y quedaos conmigo, no os haré ningún daño. Y, cogiéndolos de la
mano, los introdujo en la casita, donde había servida una apetitosa comida:
leche con bollos azucarados, manzanas y nueces. Después los llevó a dos camitas
con ropas blancas, y Hänsel y Gretel se acostaron en ellas, creyéndose en el
cielo.
La
vieja aparentaba ser muy buena y amable, pero, en realidad, era una bruja
malvada que acechaba a los niños para cazarlos, y había construido la casita de
pan con el único objeto de atraerlos. Cuando uno caía en su poder, lo mataba,
lo guisaba y se lo comía; esto era para ella un gran banquete. Las brujas
tienen los ojos rojizos y son muy cortas de vista; pero, en cambio, su olfato
es muy fino, como el de los animales, por lo que desde muy lejos ventean la
presencia de las personas. Cuando sintió que se acercaban Hänsel y Gretel, dijo
para sus adentros, con una risotada maligna: "¡Míos son; éstos no se me
escapan!” Levantóse muy de mañana, antes de que los niños se despertasen, y, al
verlos descansar tan plácidamente, con aquellas mejillitas tan sonrosadas y
coloreadas, murmuró entre dientes: "¡Serán un buen bocado!” Y, agarrando a
Hänsel con su mano seca, llévalo a un pequeño establo y lo encerró detrás de
una reja. Gritó y protestó el niño con todas sus fuerzas, pero todo fue inútil.
Dirigióse entonces a la cama de Gretel y despertó a la pequeña, sacudiéndola
rudamente y gritándole: - Levántate, holgazana, ve a buscar agua y guisa algo
bueno para tu hermano; lo tengo en el establo y quiero que engorde. Cuando esté
bien cebado, me lo comeré. Gretel se echó a llorar amargamente, pero en vano;
hubo de cumplir los mandatos de la bruja.
Desde
entonces a Hänsel le sirvieron comidas exquisitas, mientras Gretel no recibía
sino cáscaras de cangrejo. Todas las mañanas bajaba la vieja al establo y
decía: - Hänsel, saca el dedo, que quiero saber si estás gordo. Pero Hänsel, en
vez del dedo, sacaba un huesecito, y la vieja, que tenía la vista muy mala,
pensaba que era realmente el dedo del niño, y todo era extrañarse de que no
engordara. Cuando, al cabo de cuatro semanas, vio que Hänsel continuaba tan
flaco, perdió la paciencia y no quiso aguardar más tiempo: - Anda, Gretel -dijo
a la niña-, a buscar agua, ¡ligera! Esté gordo o flaco tu hermano, mañana me lo
comeré. ¡Qué desconsuelo el de la hermanita, cuando venía con el agua, y cómo
le corrían las lágrimas por las mejillas! "¡Dios mío, ayúdanos! -rogaba-.
¡Ojalá nos hubiesen devorado las fieras del bosque; por lo menos habríamos
muerto juntos!” - ¡Basta de lloriqueos! -gritó la vieja-; de nada han de
servirte.
Por
la madrugada, Gretel hubo de salir a llenar de agua el caldero y encender
fuego. - Primero coceremos pan -dijo la bruja-. Ya he calentado el horno y
preparado la masa -. Y de un empujón llevó a la pobre niña hasta el horno, de
cuya boca salían grandes llamas. Entra a ver si está bastante caliente para
meter el pan -mandó la vieja. Su intención era cerrar la puerta del horno
cuando la niña estuviese en su interior, asarla y comérsela también. Pero
Gretel le adivinó el pensamiento y dijo: - No sé cómo hay que hacerlo; ¿cómo lo
haré para entrar? - ¡Habrase visto criatura más tonta! -replicó la bruja-.
Bastante grande es la abertura; yo misma podría pasar por ella -y, para
demostrárselo, se adelantó y metió la cabeza en la boca del horno. Entonces
Gretel, de un empujón, la precipitó en el interior y, cerrando la puerta de
hierro, corrió el cerrojo. ¡Allí era de oír la de chillidos que daba la bruja!
¡Qué gritos más pavorosos! Pero la niña echó a correr, y la malvada hechicera
hubo de morir quemada miserablemente.
Corrió
Gretel al establo donde estaba encerrado Hänsel y le abrió la puerta,
exclamando: ¡Hänsel, estamos salvados; ya está muerta la bruja! Saltó el niño
afuera, como un pájaro al que se le abre la jaula. ¡Qué alegría sintieron los
dos, y cómo se arrojaron al cuello uno del otro, y qué de abrazos y besos! Y
como ya nada tenía que temer, recorrieron la casa de la bruja, y en todos los
rincones encontraron cajas llenas de perlas y piedras preciosas. - ¡Más valen
éstas que los guijarros! -exclamó Hänsel, llenándose de ellas los bolsillos. Y
dijo Gretel: - También yo quiero llevar algo a casa -y, a su vez, se llenó el
delantal de pedrería. - Vámonos ahora -dijo el niño-; debemos salir de este
bosque embrujado -. A unas dos horas de andar llegaron a un gran río. - No
podremos pasarlo -observó Hänsel-, no veo ni puente ni pasarela. - Ni tampoco
hay barquita alguna -añadió Gretel-; pero allí nada un pato blanco, y si se lo
pido nos ayudará a pasar el río -.
Y
gritó:
"Patito,
buen patito mío Hänsel y Gretel han llegado al río.
No
hay ningún puente por donde pasar;
¿Sobre
tu blanca espalda nos quieres llevar?”
Acercóse
el patito, y el niño se subió en él, invitando a su hermana a hacer lo mismo. -
No -replicó Gretel-, sería muy pesado para el patito; vale más que nos lleve
uno tras otro. Así lo hizo el buen pato, y cuando ya estuvieron en la orilla
opuesta y hubieron caminado otro trecho, el bosque les fue siendo cada vez más
familiar, hasta que, al fin, descubrieron a lo lejos la casa de su padre.
Echaron entonces a correr, entraron como una tromba y se colgaron del cuello de
su padre. El pobre hombre no había tenido una sola hora de reposo desde el día
en que abandonara a sus hijos en el bosque; y en cuanto a la madrastra, había
muerto. Volcó Gretel su delantal, y todas las perlas y piedras preciosas
saltaron por el suelo, mientras Hänsel vaciaba también a puñados sus bolsillos.
Se acabaron las penas, y en adelante vivieron los tres felices. Y colorín
colorado, este cuento se ha acabado.
Responde
en tu cuaderno:
o
Extrae la idea principal de cada párrafo,
luego de realizar una lectura profunda y cópialas en el cuaderno.
o
Interpreta con tus palabras qué valores y
antivalores están presentes en el cuento. Y explica ¿por qué?
o
¿Qué fue lo que más te gusto del cuento y
explica por qué?
o
Recuerda ilustrar.
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