Ciencias Sociales. Los Símbolos Patrios. 17-11-2020.
El Himno Nacional de la República de Venezuela constituye junto con la Bandera y el Escudo, los Símbolos Patrios. Es el canto patriótico conocido con el nombre tradicional de "Gloria al Bravo Pueblo".
Los símbolos nacionales o símbolos patrios son aquellos que representan a estados, municipios, naciones y países, y así son reconocidos por otros estados y países... El escudo nacional del país o la dinastía reinante en el caso de los países con sistemas monárquicos.
El 14 de julio de 1811, por orden del Poder Ejecutivo republicano fue izada oficialmente la Bandera Nacional en el cuartel San Carlos de Caracas y, luego, tremolada en la Plaza Mayor (hoy Plaza Bolívar). En ésta se llevó a cabo aquel día la solemne ceremonia del Juramento de la Independencia.
Los
valores patrios son aquellos sentimientos que vinculan a un ser humano con su
patria... Es el sentimiento que se tiene por la tierra natal o adoptiva a la
que se siente ligado por unos determinados valores, cultura, historia y
afectos.
En él hay un caballo blanco que simboliza la independencia y la libertad de Venezuela. . Encima de los cuarteles hay dos cuernos llenos de frutas que representan la abundancia. . A los lados del Escudo hay una rama de olivo en símbolo de paz y una palma como símbolo de la victoria.
Actividades
Propuestas:
1. Investiga
y elabora tarjeta en forma de cascada, sobre los símbolos naturales de
Venezuela.
2. Ejercicio de atención (en el cuaderno de matemática)
3. Comprensión lectora: El Envidioso.
Un
joven llamado Alfonso vivía en una bonita casa de paredes blancas y tejado
colorado, situada en las afueras de la ciudad. La vivienda estaba rodeada de
jardines floridos, sonoras fuentes de agua, y un enorme huerto gracias al cual disfrutaba
todo el año de verduras y hortalizas de excelente calidad.
Alfonso era un tipo privilegiado que lo tenía todo, pero curiosamente se sentía frustrado por no haber podido cumplir uno de sus grandes sueños: llenar su propiedad de árboles frutales. Durante meses había intentado cultivar distintas especies empleando todas las técnicas posibles, pero por alguna extraña razón las semillas no germinaban, y si lo hacían, a las pocas semanas las plantas se secaban. Con el paso del tiempo el hecho de no tener un simple limonero le produjo una sensación de fracaso que no podía controlar.
El
huerto de Alfonso estaba delimitado por un muro de piedra tras el cual vivía
Manuel, su vecino y amigo de toda la vida. Él también tenía una casa muy
coqueta y un terreno donde cultivaba un montón de productos del campo. Podría
decirse que ambas propiedades eran muy parecidas salvo por un ‘pequeño
detalle’: Manuel tenía un hermosísimo ejemplar de manzano que despertaba en
Alfonso feos sentimientos de rabia y celos.
–
¡Qué fastidio! Manuel tiene el manzano más impresionante que he visto en mi
vida. Si la calidad de nuestra tierra es igual y regamos con agua del mismo
pozo, ¿por qué en mi huerto no prosperan las semillas y en el suyo sí?… ¡Es
injusto!
En
lo de que era impresionante Alfonso tenía toda la razón. El árbol superaba los
quince metros de altura y era tan frondoso que sus verdes hojas ovaladas daban
en verano una sombra magnífica. Ahora bien, lo más bonito era verlo cubierto de
flores en primavera y cargadito de frutos los meses de verano. Si todas las
manzanas de la comarca eran fantásticas, las de ese manzano no tenían parangón:
una vez maduras eran tan grandes, tan amarillas, y tan dulces, que todo aquel
que las probaba las consideraba un auténtico manjar de los dioses.
Por
fortuna Manuel era dueño de una obra de arte de la naturaleza, pero su amigo
Alfonso, en vez de alegrarse por él, empezó a sentir que una profunda amargura
se instalaba en lo más hondo de su corazón. Tan fuerte y corrosiva era esa
emoción, que en un arrebato de envidia decidió destruir el maravilloso árbol.
–
¡Hasta aquí hemos llegado! Contaminaré la tierra donde crece ese maldito
manzano. Sí, eso haré: echaré tanta porquería sobre ella que las raíces se
debilitarán y eso provocará que el tronco se vaya destruyendo lentamente hasta
desplomarse. ¡Manuel es tan inocente que jamás sabrá que fui yo quien se lo
cargó!
Así
pues, una noche de verano en la que salvo los grillos cantarines todo el mundo
dormía, se deslizó entre las sombras, trepó por el muro cargado con un saco
lleno de basura, avanzó sigilosamente hasta el árbol y vació todo el contenido
en su base. Cometida la fechoría regresó a casa, se metió en la cama y durmió a
pierna suelta sin sentir ningún tipo de remordimiento.
A
partir de ese momento la vida de Alfonso se centró en una sola cosa: conseguir
derribar el esplendoroso árbol de su amigo. El plan era mezquino, miserable a
más no poder, pero él se lo tomó como algo que debía hacer a toda costa y no le
dio más vueltas. Cada atardecer recogía deshechos como las pieles de las patatas, las raspas de los
pescados que guisaba, las cacas que las gallinas desperdigaban por todas
partes… ¡Todo acababa en el saco! Al llegar la noche, como si fuera un ritual,
saltaba el muro y lanzaba los apestosos despojos a los pies del árbol.
–
¡Hala, aquí tienes, todo esto es para ti!
De
regreso a su hogar se acostaba con una
sonrisa dibujada en el rostro. En ocasiones los nervios le impedían dormir y
permanecía despierto durante horas, regodeándose en su maquiavélico objetivo:
– La
muerte de ese detestable manzano está muy cerca. Será genial ver cómo se pudre y acaba
devorado por las termitas ¡Je, je, je!
¡Qué
equivocado estaba el envidioso Alfonso! Al concebir su macabro proyecto se le
pasó por alto que cada vez que echaba restos de comida o excrementos sobre la
tierra la estaba abonando, así que el
resultado de su acción fue que el árbol ni se pudrió ni se secó, sino que al
contrario, creció todavía más sano, más fuerte, más altivo. En pocas semanas
alcanzó un tamaño nunca visto para un ejemplar de su especie, sus ramas se
volvieron extremadamente robustas, y lo
más increíble, empezó a dar manzanas gigantescas como sandías. Su dueño,
consciente de que eran únicas en el mundo, pudo venderlas a precio de oro y se
hizo rico.
Durante
años y a pesar de la evidencia, Alfonso siguió cometiendo la torpeza de echar
desperdicios sobre las raíces del manzano. ¡El muy mentecato seguía convencido
de que algún día lo vería desparecer! Como te puedes imaginar nunca logró su
propósito y su amigo Manuel vivió cada vez mejor.
Moraleja:
La envidia es un sentimiento que corroe por dentro y no nos deja ser felices.
Recuerda que es más bonito alegrarse de la buena suerte de los que nos rodean y
compartir con ellos su felicidad.
Realiza
una lectura comprensiva o profunda y luego responde en tu cuaderno:
a) ¿Qué
ideas principales captaste de la fábula?
b) ¿Qué
comprendiste de la fábula?
c) ¿Te
has visto envuelto en una situación como esta?
d) ¿Crees
que está bien envidiar a tus compañeros, explica por qué?
Feliz día muchachos...
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